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Sara y Orencio

Sara y Orencio

Recuerdos de Sara y Orencio - Carbajedo

 

Cuando muere una persona allegada a uno,  se va a acompañar a la familia y se observa un poco, se nota en cada uno de los asistentes fluir la persona interior. Desde quien no sabe que decir y permanece callado, sobrecogido, a veces rezando, hasta quien, visto el dolor de la familia, no hace más que hablar para distraer un poco, preguntando como ha sido y recordando anécdotas vividas con la persona difunta.

Aunque en presencia del hecho me comporto como las primeras, ahora aquí quisiera recordarlas por hechos acaecidos por los que mi familia les está agradecida:

 

No quería pararme ahora contando las veces que nos fiaron en la tienda. Pedíamos lo que necesitábamos y lo apuntaban en sendas libretas hasta que con la venta de algún animal podíamos pagarlo. Así estábamos una buena parte de las familias del Pueblo; las familias mineras se manejaban mejor. Quiero ahora pararme en otros acontecimientos curiosos en los que recibimos ayuda de esta familia.

.....................


Ya era rato de noche, habían tocado las campanas, se habían formado algunas cuadrillas para ir a buscarla por los caminos que salían del Pueblo y yo ya llevaba rato rebuscando a mi hermana pequeñita por toda calle y calleja. Después volví a casa no sabiendo donde más buscar y ya encontré varias vecinas consolando a mi madre. Al poquito recuerdo que llegó Sara - creo que la primera y única vez que entró en mi casa - sin aires de preocupación, muy dicharachera y animosa, diciendo que ella la iba a encontrar porque había sido la primera que había echado la Oración de San Antonio. Con aires de organizadora le dijo a mi madre que le enseñase la casa y al momento se hizo. 9 huecos abajo y 7 habitaciones arriba, hasta el desván se miró (todo lo habíamos ojeado ya varias veces). Volvimos a bajar a la cocina, estuvieron hablando un poquito todas las mujeres, tornó Sara a repetir a mi madre que estuviese tranquila que ella la iba a encontrar por lo de la Oración. Luego permaneció un rato callada pensando y al final me dijo muy resuelta:

- “Ven, vuelve a enseñarme las habitaciones”.

Cruzamos el pasillo del portal oscuro; a tientas y de punteras, elevándome un poco, le di al interruptor y  subimos la escalera (yo ya por enésima vez ese día),  tiramos a la izquierda, levanté la presilla que cerraba la puerta de entrada al desván, quizá porque allí solo había mirado una vez por el miedo que tenía, pero dijo que lo haríamos después. Se adelantó y entró en la primera habitación a la derecha, miró a ambos lados de la cama. Nada. Me aparté para que pasase a la habitación contraria que era doble y me quedé cerca de la puerta dispuesto a guiarla a las demás cuando terminase. Rápidamente fue hasta la ventana del fondo, miró alrededor de aquella cama, se acercó a la segunda, próxima a la puerta, que estaba sin hacer con el colchón doblado y limpio recién rehecho después de cardada la lana y  me aparté ligero porque  venía hacia la puerta muy decidida. Desapareció escaleras abajo diciendo: “ya apareció”. La seguí, pero al llegar al descansillo de la escalera me arrinconé porque un tropel de mujeres se abalanzaba escaleras arriba. Yo también me apuré, pero cundo llegué al pasillo ya vi, a través del hueco de entrada y de varias mujeres, a mi madre con la niña en brazos apretada contra su pecho y a mi hermana con el pelo revuelto y desconcertada de tal barullo mirando para todos los lados . Sé que no sabía si darle unos azotes o qué hacer porque una vecina dijo: “No la pegues que no hizo nada.” y otra: “Ahora no la pegues, lo importante es que apareció”.

La niña se había quedado profundamente dormida, entre aquel colchón doblado y la pared, encima de un trozo de lona (¿Mira que no despertar las veces que habíamos subido a buscarla…? ¿Y con dos años encaramarse a esa cama alta y sin hacer…?). A la otra mitad de la cama se le veía el somier de alambre desnudo. Por supuesto que ya habíamos mirado hacia allí varias veces.

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Cuando le dije a mi madre que había leído en la anterior Página de Argovejo lo de la muerte de Orencio me repitió lo que varias veces me había relatado: “Yo a Orencio le estoy muy agradecida. En una ocasión la única persona de Argovejo que me ayudó fue él”. Esto me ha empujado a relatar estos dos hechos.

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Se nos habían muerto unos gochos pequeños (así se llamaban entonces y se pueden llamar ahora), los habíamos enterrado, incluso recuerdo que yo puse encima de cada sepultura varias piedras, las más grandes que puede; pero una vecina nos delató y protestó por el pueblo porque los perros ¿? los habían desenterrado. Se lo comentaron a mi madre y rápido fuimos con dos azadas para volverlos a cubrir. Mientras yo tapaba un poco con tierra el que estaba descubierto mi madre fue a buscar ayuda y vino con Orencio. Los desenterramos, los metimos en dos sacos y los llevamos (yo solo le acompañaba con una lata) a la Cueva El Oso donde tiró los fardos, derramó la gasolina esparciéndola por encima y prendió fuego.

 

Un cariñoso recuerdo a sus hijos: José Mari, Begoña, Carmina, Arturo y Laura, que conocí y a, creo que las últimas de las que tuve noticia, Ángeles y Yolanda. Espero que todos vivan y supongo que habrá más descendientes, amén del resto de familia repartida por el Pueblo. A todos mucho ánimo y mucha Fe y Esperanza en que les veremos en el Cielo. Ahora nos toca rezar por ellos y por todos los difuntos de ese entrañable Pueblo.

Desfile cabijero

Desfile cabijero

 

Desfile cabijero (Carbajedo)

 

   Un, dos, a La Collada

   Un, dos, a La Collada

    La Collada es la loma que limita el valle del pueblo y el de, en aquella época, las tierras de Matahaces y el propio monte que lleva ese nombre. Sale de la mitad de la falda de Peña Yen y va en pequeño arco hasta adentrarse en las matas del monte mencionado.

   Se subía hacia El Valle y nada más pasar las eras y el reguero se giraba a la derecha por las lomas de unos arenales hacia el Campo Santo, cementerio o Prao San Martín (1), para sin perderlo de vista llegar hasta cerca de su puerta donde, por curiosidad y por si acaso, nos asomábamos con un poco de recelo por la ventanita para confirmarnos que no había nadie, procurando por supuesto no perder de vista ninguna piedra del ya caserón derruido de entrada donde antiguamente se enterraba a suicidas y demás gente mala. Luego durante unos cuantos pasos más, hasta llegar de nuevo al camino de Los Barriales de arriba o de Matahaces, vigilábamos de soslayo, disimuladamente, como si no mirásemos, pero sí; vamos, para que “ellos” no se diesen cuenta, o bien para no mirarles a la cara por si los asustados éramos nosotros. Así que con estos pensamientos ya solo nos quedaban cincuenta metros hasta el otero final donde buscábamos nuestra casa y disfrutábamos, algunas tardes, de la magnífica vista del pueblo y de los picos de Los Janos a Peña Verde y Cerroso, mas los lugares de nuestros juegos: Canto La Piedra, Las Regadas, La Cañada, Canto El Burro, La Cuesta, El Ribero, Sierra La Cruz y un largo etcétera.

    La Collada era un lugar emblemático y atrayente lo mismo que el Canto San Martín y Cotomanombre por ser oteros fácilmente accesibles y con bella vista de Argovejo. Desde los dos primeros podías divisar y observar a la gente del pueblo y al mismo tiempo también ser observado. El último altozano respiraba más sosiego, soledad  y sombrío por su lejanía.

    Un, dos, a La Collada

    Un, dos, a La Collada

    En la recién estrenada Democracia, el primer día de estar en el cuartel, un subteniente nos dijo:

    - “Ahora ya no os salva nadie. Lo único para libraros de la mili es solicitar la incorporación a la Guardia civil”.

    Muchos años antes, en la Dictadura y en mi primer año de escuela, otra persona, con el auto título de Capitán, pero de sobrenombre “El Maestro”, nos formó disciplinariamente en La Plaza en columna de a dos, nueve por fila. Nos da las instrucciones, altanero, como siempre. Habla de nariz y tartamudea un poco. Tiene una vara de avellano en la mano derecha que le hace de sable. En realidad de sable desenfundado cuando lo llevaba hacia delante y de mosquetón cuando lo apoyaba en el hombro al desfilar. Ensayamos los primeros movimientos y al final realizamos la marcha definitiva.

   ¡Jamás había vivido tal experiencia!. Ahora que ya no me pueden arrestar diré que en principio no me gustó ese juego, pero cambié de opinión al llegar a la altura de las casas de Tiófilo y Ninfa por los comentarios y alabanzas que nos dirigían. Todavía me veo a metro y medio por encima de nuestras cabezas, dentro de la fila izquierda, hacia el final, desfilando por delante de la casa de Don Lucas, con orgullo, pecho fuera, cabeza erguida, elevando rítmicamente  cada mano a la altura del pecho, marcando el paso y repitiendo a coro continuamente:

    -  “Un, dos, a-lá collada,

         un, dos, a-lá collada…

    En esta ocasión era de tarde y por más señas Domingo. Hacía un sol espléndido y sereno. Se nos oía bien pues salió gente de casa de Tiófilo, que como siempre la mayoría estaban sentados en los poyos de la vestecha de entrada en el corral (2). Aquí nos dio el alto y quedamos firmes. Salió Chuche de casa de Ninfa (3); pasamos por delante de la de Margarita (4), seguimos por la de Justa que estaba detrás del cuarterón de la puerta (no recuerdo en esta ocasión que estuviese Fidel por allí) (5), hasta alcanzar la del Señor Cura y Camila (6). Otra parada para reorganizar y guardar distancia con los dedos de la derecha en el hombro del precedente y firmes. Ensayamos varias veces el saludo con los dedos a la sien, en deferencia a la autoridad que representaba el  Sr. cura. Don Lucas estaba muy sonriente y algo habló con nuestro Capitán que no alcancé a escuchar, pero ahora también reía nuestro jefe y le dio fuerzas para ordenar la marcha más altanero, arrogante y marcial..

- "¡Ennn marcha!"

-  “Un, dos, a-lá collada,

      un, dos, a-lá collada…

   Recuerdo que nos seguían algunos vecinos y sus comentarios eran de aprobación y admiración.

    - ¡Qué bien!, ¡Qué bien lo hacen!

    Entiendo que no era para menos pues “El Maestro”, recién salido de la escuela, aun no había ido a la milicia y lo hacía como un profesional.

      Continuamos calle abajo,

    -  “Un, dos, a-lá collada,

          un, dos, a-lá collada…“,

que en este caso ya ascendía, al lado de la casa de Julia (7) que también estaba a la entrada de su corral junto con Montse (8) y Agustín a la entrada de casa al fondo caminando hacia nosotros. No se veía a nadie por la calle de abajo hacia la  de Ustasio (Eustasio) así que subimos al Cantón, por la de Prudencio, con Engracia fuera y Aurora, David, su padre y su tía dentro de la sombra de los soportales; seguimos por delante de la de “la señorita Bertila” (9) que nos observó  a través de la ventana de su cocina, hasta la de Félix (10).

   - "¡Alllltó!

Nuestro Capitán habló con los dos de cabeza referente al camino a tomar y al final dimos la vuelta puesto que ya no se veían espectadores ni en casa de Mariuca, ni en la de Pidio (11), ni se oía gente en la calle que tira para el río, hacia las casas de Tío Miliano (12) y Leandro (13) ni por la otra calleja que bajaba a casa de Jesusa donde vivía con Cayo y Chuche. Y por “El Camino Encima” (ya sin público) pasando por la escuela y la casa de Orencio (14) hasta la de Goya que también salió a la puerta al oír la desbandada (15). Aquí

    - ¡Rompan filas!

    Y se acabó. Todos de nuevo saltando y voceando por el Caserón para La plaza.

    Años más tarde recuerdo que me sirvió esa lección inicial para ya tener que desfilar en fila de a ocho y en primera línea.

… y el sargento pregonaba:

    - “Un, dos, mucho tacón.

         un, dos, mucho tacón…

… Y yo me evadía viendo otro desfile en las calles de mi pueblo, con Miguel de capitán, (16) a Carlos y Daniel en primera línea, Santos, José Mary, Evaristo, Pedro, Ángel, Toño, Pedrito, Mili y a los más pequeños entre los que me encontraba hacia el final de la fila izquierda y en mi interior contestaba:

    - “Un, dos, a-lá collada,

         un, dos, a-lá collada…

 

 

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(1) San Martín, parece ser que en su tiempo (La alta Edad Media) con iglesia o ermita y alguna casa. Es decir, una de las cuatro aldeas desaparecidas del término de Argovejo junto con San Juliano (por posible derrumbe o sepultado por alguna muelda o avalancha de tierra), San Martín de Pereda que fue la que más duró y mayor que las otras tres y otra en El Cañal. Todas posteriores a la aldea o castro preromano que existió en El Castro

(2) Tiófilo: Teófilo y Sabina, padres de Eloy -después marido de Dina (Digna)- y Pepe – después marido de Manolita- (que se parecían), Julita y Toña

(3) Chuche y Nati, padres de Jesús, Fonso y Rafa. Chuche era hijo del maestro D. Honorio.

(4) Margarita y Luis , padres de las gemelas Mary Luz y Milagros y de Luisín. Vivía con ellos Luz, hermana de Margarita.

(5) La tía Justa, viuda del padre de Fidel

(6) Don Lucas, el cura del pueblo y Camila sobrina y “El ama del cura”

(7) Julia, madre de una o dos monjas y de Montse

(8) Montse, hija de Julia y mujer de Agustín. Hijo José Antonio y demás que no conozco

(9) Prudencio, padre de Aurora, Engracia y David y el nieto, que también estaba en el desfile, Miguel Angel (Caqui en aquel tiempo, ahora igual es con K)

(9) Bertila: De edad avanzada, quería que la llamásemos Señorita Bertila porque era soltera. Persona inteligente, culta y peculiar. Vivía con su hermano Avelino también soltero. En las pillerías de entonces le tocábamos el hermoso aldabón de la puerta (una mano con una bola) y nos escondíamos.

(10) Félix y Oliva: padres de Vidines (Ovidio).

(11) Pidio: Elpidio y Leocadia, padres de Honorina (madre de Toña), Honorino y Angel que yo conociese.

 (12) Tío Miliano:  Hijos más conocidos son Emilio (casado con Oliva), Dario, entonces soltero, Pepe (casado con Irene y padres de Pepín el de el bar), Pilar (madre de Piedi - que casó después con  Pedro el de Emiliano y Teresa-, Jesús Eloy y Juanjo), Paca y Anselmo, entonces solteros

(13) Leandro: Padre de Ángel (después se casó con Paca) y Leandrín

El Camino Encima: la calle El Sol

(14) Orencio y Sara, padres de José Mary, Begoña, Carmina, Arturo, Laura y una o dos chicas más que no conozco.

(15) Goya (Gregoria) y Amancio, padres de Orencio, Gloria (madre de Pepín y Eli), Keti (Enriqueta), etc. No sé de quién es esta casa ahora, pero al lado debió de hacer otra nueva una de las mellizas de Margarita.

 

(16) El primer súbdito de “El maestro” por edad sería su primo Juan el de Miliano, pero no estaba, por lo que sería o Junio o  mediados de Septiembre, ya estudiando.

Miguel Peñacorada, hijo de Orio y Mila, hermano menor de Santiago, Floro y Pedrín (Pedro)

Carlos, hijo de Avelino y Patro, hermano de Gerardo, Loli, Angel y Sara

Daniel, hijo de Pepe Gómez y María, hermano de Mary Paz, Charo, Ovidio, Jesús e Inés

Santos, hijo de José y Delfina, el hermano mayor se llamaba Tibo que sufría alguna delpresión. Vivían al lado de El Pozo Regalao, hoy es jardín de la casa de Pedro Peñacorada.

Ángel, de Avelino y Patro. Hoy marido de Ana Mary la de Araceli

José Mary, hijo de Orencio y Sara

Evaristo, hijo de Elias (el madreñero) y Aurora. Su hermano más conocido era Elias, casado con  Gloria la de Goya, padres de Eli y Pepe.

Pedro, hijo de Emiliano y Teresa, hermano de Elvira, Tina (monja), Berta, Juan, Tere y Mili. Se casó muchos años después con Piedi

Toño, de Emilio y Oliva, hermano de Carmina, María Luisa, Nieves, Carlos, Mili y Olivina

Pedrito, de Marciano y Maxi, hermano de Amparito

Mili, de Emiliano y Teresa

 

Dedicado a Nacho Peñacorada al que no conozco: Promesa cumplida.

Lección de Ciencias en casa de la tía Toribia

Lección de Ciencias en casa de la tía Toribia

 

En el acto reflejo - según mi profesor de Ciencias Naturales allá por la mitad del primer bachiller - cualquier estímulo exterior provoca un mensaje trasmitido por los nervios hasta la médula y ésta responde con otro mensaje que da lugar a la reacción. No es así en el voluntario, en el que esa información sigue de la médula al cerebro, donde éste se enreda en disquisiciones de que si de esta forma o de esta otra y cuando lo decide, si es que lo hace, tarda un rosario en comunicar qué respuesta dar. Por lo menos eso le pasa al mío.

Por otra parte, según los dibujos de la  enciclopedia Álvarez de segundo grado, allá por los tiempos de D. Honorio y Dña. Rosa y también de D. Cecilio - recordad que potencia por su brazo es igual a resistencia por el suyo - en la palanca de tercera clase, lo que tienes en la mano y quieres mover sería lo que hace de resistencia, el codo sería el punto de apoyo y el bíceps, por supuesto, la potencia.

Y según…

Desde luego…, la ley de la gravedad la experimentamos todos por lo que no vamos a explicarla. Aun así para los del alzheimer vamos a exponerla:

 

Le contó Mila a mi madre que ella de pequeña era muy remilgada, delicada y escrupulosa, algo nada frecuente en el primer tercio del siglo XX. Había sido mimada y consentida (Nosotros ya no la conocimos así).

Al día siguiente de casarse con Orio (1), su ahora tía, Toribia, en casa de la cual habían pasado la noche, pues para empezar a caerla bien, la buena mujer, le hace con mucha ilusión y mucho cariño un tazón de delicioso chocolate para desayunar.

¡Todo un lujo!, en aquellos tiempos.

La joven chica se levanta y encantada se pone a desayunar, pero a la niñata pícara y desagradecida le viene la chispa y bien porque era verdad, bien para ponerse por encima de la tía - para “pincharla”, decía Mila - empieza a ponerle “peros”.

- ¡Si el chocolate está frío! 

… La buena de Toribia se queda un poco perpleja; no es capaz ni de pensar qué es lo que quiere esta presuntuosa, maleducada y malcriada moza. ¿Si acaba de hacerlo como va a estar frío?.

Toribia mete el dedo índice en la taza, lo saca y chupa.

- ¡Zas!

Pues eso…, acabamos de ver el  estímulo. Como una bala sale el mensaje en dirección al cerebro de Mila, pero en cuanto su médula lo intercepta, no lo deja pasar y devuelve la respuesta a más velocidad si cabe (hasta aquí fácil: Acto reflejo para los que somos de la enciclopedia citada, pero para los jóvenes de hoy esto se llama movimiento balístico. ¿Por qué será?). Entonces se pone a funcionar la palanca de tercer género: los flácidos bíceps de la malcriada y escrupulosa moza se contraen en una fuerte potencia desatada y con el punto de apoyo en los codos y hombros se dispara la resistencia hacia arriba, haciendo volar, sin alas, una plancha de chocolate hacia la cara de la tía Toribia, que aparece ahora de un tono marrón claro brillante con goterones juguetones y saltarines del mismo color. Vamos, como la cobertura de chocolate de una tarta. Y a partir de aquí es excusado explicar la ley de la gravedad.

……………..

 

 

Le he puesto un poco más de maldad en los calificativos a la moza que en aquel tiempo se considerarían normales y justificados (espero no haberme pasado para su familia. Tanto Mila como Orio y sus hijos fueron magníficos vecinos y muy queridos para nosotros), pero, según mi madre, Mila también lo contaba con mucha picardía y al mismo tiempo arrepentida y con pena. Recordaba que Toribia había sido muy buena tía y mujer.

Que Dios les tenga en la Gloria a todos.

¡Ala, ala! ¡A rezar por ellas!

 

 

(1)   Mila y Orio, padres de Santiago, Florencio (Floro), Pedro (Pedrín) y Miguel Peñacorada. La tía Toribia era hermana de la tía Toña madre de Orio.

La casa de la tía Toribia estaba a lo cimero del pueblo, frente a la casa de Ester y Superio (Esuperio), padres de Luis marido de Maruja “la de Milde”

Los machos cabríos (Carbajedo)

Los machos cabríos (Carbajedo)

Aquel año nos tocó cuidar en nuestra casa a dos machos cabríos (su nombre también es cabrones, pero todavía suena muy mal), de seis u ocho que había comprado el pueblo en Valdeón.

Eran fuertes, con una cornamenta descomunal, un poco en caracol y bastante abierta, no la clásica de las cabras elegante y puntiaguda hacia atrás, y unas barbas hermosas que más tarde (en aquel tiempo no sabía que existían) me recordaron a los chinos de las películas.

Como todos los años daban mucho respeto (en aquellos tiempos léase miedo-cariño-respeto-admiración). Como otros acontecimientos clásicos que ocurrían a lo largo del año - la llegada de la cigüeña, la primera salida de las beceras, arar las tierras, llegada de las merinas, las flores a la Virgen, el fin de la escuela, el día de S. Pedro y la leche en las eras, la hierba, la trilla, la canaliega, la fiesta de Crémenes y la luche, el día de Pereda y Peredina, la hoja, el primer día de escuela, la leña, las patatas, la Chosca, la nieve, la marcha de las merinas, la matanza, Nochebuena, Reyes, los aguinaldos - también la llegada de estos animales era acontecimiento y si encima le tocaba a la propia casa guardarlos ese año pues más aun.

Aquel día estaban con las cabras, todavía sin recoger, por la plazoleta de delante de casa, junto con las de Milde y Orio. Salí fuera y les vi delante de la cuadra de las cabras y ovejas de la primera, más allá de la ventana de la cocina de Mila, por un lado y de la Calleja por el otro. Uno era marrón brillante y otro blanco con muchas manchas grises. Entonces quise burlarme un poco de ellos ahora que no me veía nadie. Probé lo que en juegos me habían enseñado los chicos mayores. Extendí los brazos hacia delante provocándoles con las manos hacia arriba. Me miraban, pero como no hacían caso me acerqué un poco más y entonces ya lo entendieron, agacharon la cabeza, las barbas cerca del suelo y nada más empezar el galope hacia mi, corrí dentro de casa y cerré la puerta. La volví a abrir despacio y estaban cerca esperándome, así que torné a cerrar la puerta. Pasé a la cocina a vigilarlos por la ventana y cuando vi que se habían alejado un poco volví a abrir de nuevo y retorné a repetir la misma acción, con la consecuente reacción por parte de ellos, por lo que terminé  escondiéndome en casa. Después ya me esperaban cerca, pero les incitaba con la puerta entreabierta, hasta que uno golpeó la puerta, me dio miedo y ya no volví a provocarlos.

En algo me habría distraído yo, pues ya había olvidado el asunto cuando mi madre me dijo que recogiese las cabras. (Normalmente era tarea que los pequeños lo hiciesen con algún otro hermano, pero como era bastante habitual también nos atrevíamos solos con cinco o seis años). Salí y con una vara de detrás de la puerta fui dirigiendo para el corral y cuadra a cabras y machos, cuando cerca de la cuadra oigo una pequeña carrera detrás de mí, siento un fuerte golpe en el culo, me elevo por el aire y aterrizo un poco más adelante. Cuando abro los ojos y quiero levantarme veo unas barbas blanco-ceniza rozando mi cara, unos ojos redondos enfadados, unos grandes cuernos a los que no veía los extremos y continuamente me daba con el canto de la frente y nariz pequeños golpes en el pecho. Entonces me asusté y empecé a lloriquear y a gritar:

- ¡mama!, ¡maamaaa!, ¡maamaaaaaa!

Más tarde pensé en la forma que tienen estos animales de pelearse (mocharse, decíamos). Levantan las patas delanteras para tomar mas fuerza y dejan caer la cabeza para dar fuerte con los cuernos al otro animal. Lo hacen los machos y también entre las cabras. Si en ese momento aquel macho lo llega a hacer de esta forma podría haberme pisado y las pezuñas me hubiesen hecho mas pupa, pero no, solamente no dejaba de darme como he explicado.

Sale mi madre por la puerta lateral del corral y se asusta mucho al ver el panorama

- ¡Ay! ¡Que me lo mata!, …¡Me lo mata!

- ¡No mama, que estoy vivo! – recuerdo que decía yo debajo del bicho.

Y se acabó. Cogió una vara del primer ramasco que encontró y me lo quitó de encima.

Prometo que no lo he vuelto a hacer.