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llorada y carbajedo

¿Cabijera o Cavijera, Cabijero o Cavijero?

¿Cabijera o Cavijera, Cabijero o Cavijero?

      Sin ánimo de pedantería sugiero unificar criterios en torno a nuestro mote, apodo, alias o sobrenombre: Cabijera/Cavijera , Cabijero/Cavijero 

     En una ocasión, hace mucho…, mucho tiempo…, cuando la gente estaba orgullosa de saber todas las reglas de ortografía de carrerilla y se daba mucha importancia a esta serie de normas, me preguntaron el lugar de nacimiento para una ficha que debían de hacerme y al escribir el nombre de nuestro pueblo me volvieron a preguntar:

     - “¿Con b o con v?”

     Y acto seguido se excusó:

     -  “ Ya sabes que los nombres de pueblos no siguen las reglas de ortografía y aunque no lo escribas como en el lugar sería correcto”.

     - “Con v”- contesté. 

     Seguro que a más personas le sucedió lo mismo porque a mi fue varias veces con coletilla y todo.

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     “Venga”, diría Cela

     Propongo una encuesta razonada sobre si Cabijero o Cavijero.

     Particularmente cuando veo la segunda forma se me atraganta, por eso de la costumbre; lo mismo les ocurrirá a los nuevos Cabijeros cuando lo ven de esta forma después de ojear el DRAE.

     Por supuesto que la corrección del Word no nos ayudaría porque ninguna de las dos formas reconoce, así que como siempre vamos al diccionario y… “¡mecachisss…!”, siempre lo escribí mal. 

     - “Claro que hace mucho que me di cuenta”.

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     Podemos, aunque nos cueste, prometer usar la forma que mayoritariamente se decida en esta página. En otros lugares… lo que queramos. 

     Desde luego yo abogo por la “b” como tradicionalmente se escribía en nuestra época, … la de las hadas. Es mi único argumento,  pues si vamos al Diccionario de la Real Academia Española la escribiría con “v” y la introducción no sirve para este caso, pues aquella se refiere a un nombre propio no al gentilicio. O sí. Aunque, para enredar más, Cabijero o Cavijero no es el gentilicio de los procedentes o que se sienten de Argovejo

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     Busco polemizar con todo respeto, pero si alguien lo toma a mal considérelo un pensamiento en alto y páselo de largo si no se entretuvo un rato. 

     Pues eso…, antes de dar vuestro voto sería bueno que os pasearais por las siguientes páginas:http://www.vegasdelcondado.com/vocabulario.htm,   sobre el dialecto leonés. Escribe Cabijo con b.

     http://aratoi.iespana.es/aratoi/palabras/index.html,   Diccionario de Renedo de Valderaduey. Idem.

     http://webs.ono.com/usr004/grulleros/habla.htm,   Página de Grulleros. Idem.

     http://horcadas.iespana.es/diccionario/c1.htm,   Diccionario de Horcadas también pone Cabijo con la letra b, aunque trae otras acepciones para la palabra: "Cavijero", que si se refiere a la gente de nuestro pueblo con todo respeto no comparto. Faltaría más.

     http://www.foro-ciudad.com/leon/acebedo/diccionario-local.html,  Diccionario de Acebedo Idem. 

Por supuesto que el que entre en el juego no es para meterse con nadie ni criticar. Las personas que lo están escribiendo con “v” lo hacen según la forma oficial y por ello estaría mejor escrita académicamente. Aun así sabemos que los nombres propios no siguen las reglas. Como somos minoría no podemos ir a la Real Academia a reivindicar la forma tradicional. O… ¡A que nos atrevemos!

El último carro de hierba

El último carro de hierba (Carbajedo)

 

Enfilaba Daniel la pareja hacia el portillo. Me manda ponerme lejos del carro. Salgo al camino y me doy la vuelta. Al acercarse me doy cuenta que allí estorbo, así que subo a mitad del carril que se eleva a Las Cortinas.

Llegan a tres metros del portillo. La pareja se para y recula un poco. Su madre, que estaba detrás del carro, asustada sale corriendo por el lateral derecho para el lado de la finca de Zelemeque. El mozo llama a las vacas y lo intenta dos veces, la primera los animales hicieron un pequeño amago pero el carro no se movió y al segundo  no obedecen, no se mueven. La madre le dice que hay que descargar hierba. Daniel queda en principio perplejo unos segundos; mira para un lado, para el otro y al portillo, no sabe qué hacer. Luego piensa en el trabajo que resultaría lo que le dicen y a continuación que esa pareja nunca falló. El diecisieteañero agarra con la mano izquierda el cuerno interior de la Sultana, hunde los tacones de sus chirucas en el prado, tira de ella, las llama, alienta y hostiga los lomos de una a continuación de otra con la ijada en la otra mano, suave, pero firmemente. La pareja agacha un poco la cabeza, hinca las pezuñas en el tapín, pega un tirón y coge inercia para no parar. Daniel sigue llamándolas y camina de culo, inclinado, pisando fuerte  a la altura del peón del carro y ahora tirando de un saliente del yugo. Llegan al portillo, oigo un chasquido y salen disparados los animales con medio yugo atado a sus cabezas una hacia el Cañal y la otra hacia La Ermita. El mozo en medio cae de culo al suelo, por debajo del cabezal. El carro lentamente rueda hacia atrás unos metros mientras se va elevando poco a poco el cabezal y al final para unos metros más atrás al llegar las raberas al suelo.

Parto detrás de la del Cañal que no para de correr. Subo por el carril del Vallejo para cortarla más adelante, pero al llegar arriba veo que la Sultana se para y gira el cuerpo, culo a mi, hacia las zarzas y chopos del Prao Riondo. Así que vuelvo sobre mis pasos y la adelanto en la misma posición. La dirijo hacia El Rompido y cuando estoy cerca veo también de vuelta por la otra dirección del camino a la Majita guiada por Daniel. Me fijo en lo ridícula que se presenta con el madero uncido a su cabeza. Luego me arrepiento de ese mal pensamiento al caer en la cuenta de su valentía.

La madre decide que vaya al pueblo a buscar cuarta y otro yugo. Las nobles vacas desuncidas quedaron pastando tranquilas.

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El carro era de ruedas de hierro, aun no se habían inventado los de goma.

En la casa siempre se cargaba el carro desde abajo (distribuir la hierba a lo largo del carro), más tarde he visto en otros lugares que lo hacía el de arriba.

Se comenzaba echando la hierba sobre las raberas, la parte posterior de la armadura, para tapar los huecos y al pisar no se metiese la pierna entre sus tablas separadas. Yo esperaba dentro del carro. Continuaban echando hierva a lo largo de las latillas hasta los picos. El chico de arriba empezaba a pisar por ese lado agarrado a las cuerdas y a las tablas de este armazón con cuidado de no escurrirse entre las cuerdas. Los de abajo continuaban llenando la caja a donde pasaba a pisar el de arriba y luego comenzaban a llenar de adelante hacia atrás mientras el de arriba pisaba detrás en la misma dirección.

Cuando se tapaba todo el armazón comenzaba uno solo a echar horconadas.

Con la horca hacia delante arrastraba una porción de hierba del prado, hacía lo mismo con otra porción y colocaba una encima de otra (según los bíceps del de abajo podía repetirlo otra vez o arrastrar porciones mayores), introducía el instrumento un poco bajo el montón resultante y levantando la horca y montón por ese lado y echándola hacia delante en sentido envolvente iba a clavar los dientes en medio del montón hasta llegar al suelo. Hacía un poco de empujón para elevar hasta la vertical el bulto de heno, daba unos pasos y con movimiento fuerte hacia abajo lo colocaba encima de un pico. El de arriba ponía un pie en el extremo cercano al centro y esperaba a que echasen otro montón en el otro pico para abrir las piernas y pisar en el extremo cercano de este último. Así esperaba a que descargase otro en el medio que ya sujetaba a los dos primeros. Y así se iba cargando hacia atrás con horconada a un lado, luego al otro y luego en el medio de los dos. De esta manera el de abajo cargaba el carro e iba viendo como quedaba. Se acababa sobre las raberas y vuelta a empezar. El de arriba pisaba a un lado, al otro y se echaba atrás cuando iba al medio, menos cuando tocaba al final de las raberas que se ponía en dirección contraria. Cuando el cargador le parecía cogía el rastro y peinaba la hierba. La verdad que quedaba bonito después de esa operación, vamos, como la permanente de una chica. Decidía entonces si echar más, en cuyo caso peinaría otra vez, o lo dejaba. Deshacía el hatijo de la soga, colocaba el agujero en en trozo de pico que salía por debajo de su anclaje en el cabezal, tiraba y recogía en madeja el resto de soga que lanzaba por arriba de la parte delantera hacia las raberas donde había otro palo saliente por debajo de un lateral donde enlazaba la soga. La sujetaba una persona mientras la otra daba tirones a la soga para apretar la hierba. Luego enlazaba en el otro saliente de las raberas por el otro lado. Seguía la otra a sujetar en ese lado y el que dirigía a tirar el resto de soga hacia delante para enlazar con el trozo del pico de ese otro lado y vuelta a dar tirones para apretar. De esta forma quedaban longitudinalmente paralelas a unos 25 cm respecto al centro. Entonces empezaban a atar cruzado de un lado al otro del carro enganchando en los cuatro salientes del carro y dos de las raberas

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Al final trajo un yugo de Darío (cuarta no quedaba esa tarde) con el que sacó el carro con la misma estrategia.

No recuerdo qué pasó con el sobeo pues creo ver a Daniel que trae otro.

Tuvimos que colgarnos los tres de la vara y cabezón para poder bajarlo. El chico no quiso deshacer la carga. Lo había atado fuertemente con la soga y apenas se había deformado, aunque se veía algo trasero.

En esa ocasión volví al pueblo caminando. En otras ocasiónes al llegar cerca de la ermita se aprovechaba un montículo del monte al lado de la presa que recorría el camino para subir al carro de hierba. En esa presa aprovechaban los animales para beber.

Al llegar al pueblo Félix que estaba delante de su casa comentó que nunca había visto un carro tan cargado. Después hicieron más comentarios que ya no recuerdo.

Último carro de hierba

Blogia ha cerrado, permite los Blogs que tenía, pero no deja crear nuevos. Ya no deja enlazar Temas con artículos nuevos. Estoy mirando más posibilidades. Pondré el enlace cuando pase a otro.

En principio:  https://cabijero.webnode.es/

El último carro de hierba (Carbajedo)

 

Enfilaba Daniel la pareja hacia el portillo. Me manda poner lejos del carro. Salgo al camino y me doy la vuelta. Al acercarse me doy cuenta que allí estorbo, así que subo a mitad del carril que se eleva a Las Cortinas.

Llegan a medio camino del portillo. La pareja se para y recula un poco. Su madre, que estaba detrás del carro, asustada sale corriendo por el lateral derecho para el lado de la finca de Zelemeque. El mozo llama a las vacas y lo intenta dos veces, la primera los animales hicieron un pequeño amago pero el carro no se movió y al segundo no obedecen, no se mueven. La madre le dice que hay que descargar hierba. Daniel queda en principio perplejo unos segundos; mira para un lado, para el otro y al portillo, no sabe qué hacer. Luego piensa en el trabajo que resultaría lo que le dicen y a continuación que esa pareja nunca falló. El dieciseisañero agarra con la mano izquierda el cuerno interior de la Sultana, hunde los tacones de sus chirucas en el prado, tira de ella, las llama, alienta y hostiga los lomos de una a continuación de otra con la ijada en la otra mano, suave, pero firmemente. La pareja agacha un poco la cabeza, hinca las pezuñas en el tapín, pega un tirón y coge inercia para no parar. Daniel sigue llamándolas y camina de culo, inclinado, pisando fuerte a la altura del peón del carro y ahora acuciándolas y tirando de un saliente del yugo. Llegan al portillo, oigo un chasquido y salen disparados los animales, con medio yugo atado a sus cabezas, una hacia el Cañal y la otra hacia La Ermita. El mozo en medio cae de culo al suelo, por debajo del cabezal. El carro lentamente rueda hacia atrás unos metros, mientras va elevando poco a poco el cabezal y al final para unos metros más atrás al llegar las raberas al suelo.

Parto detrás de la del Cañal que no para de correr. Subo por el carril del Vallejo para cortarla más adelante, pero al llegar arriba veo que la Sultana se para y gira el cuerpo, traseros a mi, hacia las zarzas y chopos del Prao Riondo. Así que vuelvo sobre mis pasos y la adelanto en la misma posición. La dirijo hacia El Rompido y cuando estoy cerca veo también de vuelta por la otra dirección del camino a la Majita guiada por Daniel. Me fijo en lo ridícula que se presenta con el madero uncido a su cabeza. Luego me arrepiento de ese mal pensamiento al caer en la cuenta de su valentía.

La madre decide que vaya al pueblo a buscar cuarta y otro yugo. Las nobles vacas desuncidas quedaron pastando tranquilas.

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El carro era de ruedas de hierro, aun no se habían inventado los de goma.

En la casa siempre se cargaba (distribuyendo la hierba a lo largo) el carro desde abajo , más tarde he visto en otros lugares que lo hacía el de arriba.

Se comenzaba echando la hierba sobre las raberas, la parte posterior de la armadura, para tapar los huecos y al pisar no se metiese la pierna entre sus tablas separadas. Yo esperaba dentro del carro. Continuaban echando hierva a lo largo de las latillas hasta los picos. El chico de arriba empezaba a pisar por ese lado agarrado a las cuerdas y a las tablas de este armazón con cuidado de no escurrirse entre las cuerdas. Los de abajo continuaban llenando la caja a donde pasaba a pisar el de arriba y luego comenzaban a llenar de adelante hacia atrás mientras el de arriba pisaba detrás en la misma dirección.

Cuando se tapaba todo el armazón comenzaba uno solo a echar horconadas.

Con la horca hacia delante arrastraba una porción de hierba del prado, hacía lo mismo con otra porción y colocaba una encima de otra (según los bíceps del de abajo podía repetirlo otra vez o arrastrar porciones mayores), introducía el instrumento un poco bajo el montón resultante y levantando la horca y montón por ese lado y echándola hacia delante en sentido envolvente iba a clavar los dientes en medio del montón hasta llegar al suelo. Hacía un poco de empujón para elevar hasta la vertical el bulto de heno, daba unos pasos y con movimiento fuerte hacia abajo lo colocaba encima de un pico. El de arriba ponía un pie en el extremo cercano al centro y esperaba a que echasen otro montón en el otro pico para abrir las piernas y pisar en el extremo cercano de este último. Así esperaba a que descargase otro en el medio que ya sujetaba a los dos primeros. Y así se iba cargando hacia atrás con horconada a un lado, luego al otro y luego en el medio de los dos. De esta manera el de abajo cargaba el carro e iba viendo como quedaba. Se acababa sobre las raberas y vuelta a empezar. El de arriba pisaba a un lado, al otro y se echaba atrás cuando iba al medio, menos cuando tocaba al final de las raberas que se ponía en dirección contraria. Cuando el cargador le parecía cogía el rastro y peinaba la hierba por los laterales. La verdad que quedaba bonito después de esa operación, vamos, como la permanente de una chica. Decidía entonces si echar más, en cuyo caso peinaría otra vez, o lo dejaba. Deshacía el hatijo de la soga, colocaba el agujero en en trozo de pico que salía por debajo de su anclaje en el cabezal, tiraba y recogía en madeja el resto de soga que lanzaba por arriba de la parte delantera hacia las raberas donde había otro cabijo (palo saliente) por debajo de un lateral donde enlazaba la soga. La sujetaba una persona mientras la otra daba tirones a la soga para apretar la hierba. Luego enlazaba en el otro saliente de las raberas por el otro lado. Seguía la otra a sujetar en ese lado y el que dirigía a tirar el resto de soga hacia delante para enlazar con el trozo del pico de ese otro lado y vuelta a dar tirones para apretar. De esta forma quedaban longitudinalmente paralelas a unos 25 cm respecto al centro (40 a 50 centímetros en total). Entonces empezaban a atar cruzado de un lado al otro del carro enganchando en los extremos de los cuatro estadonjos (palos, maderos o pibotes perpendiculares a la plataforma encajados en las costillas y sobresalientes por debajo. en esta parte que salía y tenía forma cilíndrica es donde se enganchaba el cordel o soga) y dos de las raberas

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Al final trajo un yugo de Darío (cuarta no quedaba esa tarde) con el que sacó el carro con la misma estrategia.

No recuerdo qué pasó con el sobeo pues creo ver a Daniel que trae otro.

Tuvimos que colgarnos los tres de la vara y cabezón para poder bajarlo. El chico no quiso deshacer la carga. Lo había atado fuertemente con la soga y apenas se había deformado, aunque se veía algo trasero.

En esa ocasión volví al pueblo caminando. En otras ocasiónes al llegar cerca de la ermita se aprovechaba un montículo del monte al lado de la presa que recorría el camino para subir al carro de hierba. En esa presa aprovechaban los animales para beber.

Al llegar al pueblo Félix que estaba delante de su casa comentó que nunca había visto un carro tan cargado. Después hicieron más comentarios que ya no recuerdo.

Sara y Orencio

Sara y Orencio

Recuerdos de Sara y Orencio - Carbajedo

 

Cuando muere una persona allegada a uno,  se va a acompañar a la familia y se observa un poco, se nota en cada uno de los asistentes fluir la persona interior. Desde quien no sabe que decir y permanece callado, sobrecogido, a veces rezando, hasta quien, visto el dolor de la familia, no hace más que hablar para distraer un poco, preguntando como ha sido y recordando anécdotas vividas con la persona difunta.

Aunque en presencia del hecho me comporto como las primeras, ahora aquí quisiera recordarlas por hechos acaecidos por los que mi familia les está agradecida:

 

No quería pararme ahora contando las veces que nos fiaron en la tienda. Pedíamos lo que necesitábamos y lo apuntaban en sendas libretas hasta que con la venta de algún animal podíamos pagarlo. Así estábamos una buena parte de las familias del Pueblo; las familias mineras se manejaban mejor. Quiero ahora pararme en otros acontecimientos curiosos en los que recibimos ayuda de esta familia.

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Ya era rato de noche, habían tocado las campanas, se habían formado algunas cuadrillas para ir a buscarla por los caminos que salían del Pueblo y yo ya llevaba rato rebuscando a mi hermana pequeñita por toda calle y calleja. Después volví a casa no sabiendo donde más buscar y ya encontré varias vecinas consolando a mi madre. Al poquito recuerdo que llegó Sara - creo que la primera y única vez que entró en mi casa - sin aires de preocupación, muy dicharachera y animosa, diciendo que ella la iba a encontrar porque había sido la primera que había echado la Oración de San Antonio. Con aires de organizadora le dijo a mi madre que le enseñase la casa y al momento se hizo. 9 huecos abajo y 7 habitaciones arriba, hasta el desván se miró (todo lo habíamos ojeado ya varias veces). Volvimos a bajar a la cocina, estuvieron hablando un poquito todas las mujeres, tornó Sara a repetir a mi madre que estuviese tranquila que ella la iba a encontrar por lo de la Oración. Luego permaneció un rato callada pensando y al final me dijo muy resuelta:

- “Ven, vuelve a enseñarme las habitaciones”.

Cruzamos el pasillo del portal oscuro; a tientas y de punteras, elevándome un poco, le di al interruptor y  subimos la escalera (yo ya por enésima vez ese día),  tiramos a la izquierda, levanté la presilla que cerraba la puerta de entrada al desván, quizá porque allí solo había mirado una vez por el miedo que tenía, pero dijo que lo haríamos después. Se adelantó y entró en la primera habitación a la derecha, miró a ambos lados de la cama. Nada. Me aparté para que pasase a la habitación contraria que era doble y me quedé cerca de la puerta dispuesto a guiarla a las demás cuando terminase. Rápidamente fue hasta la ventana del fondo, miró alrededor de aquella cama, se acercó a la segunda, próxima a la puerta, que estaba sin hacer con el colchón doblado y limpio recién rehecho después de cardada la lana y  me aparté ligero porque  venía hacia la puerta muy decidida. Desapareció escaleras abajo diciendo: “ya apareció”. La seguí, pero al llegar al descansillo de la escalera me arrinconé porque un tropel de mujeres se abalanzaba escaleras arriba. Yo también me apuré, pero cundo llegué al pasillo ya vi, a través del hueco de entrada y de varias mujeres, a mi madre con la niña en brazos apretada contra su pecho y a mi hermana con el pelo revuelto y desconcertada de tal barullo mirando para todos los lados . Sé que no sabía si darle unos azotes o qué hacer porque una vecina dijo: “No la pegues que no hizo nada.” y otra: “Ahora no la pegues, lo importante es que apareció”.

La niña se había quedado profundamente dormida, entre aquel colchón doblado y la pared, encima de un trozo de lona (¿Mira que no despertar las veces que habíamos subido a buscarla…? ¿Y con dos años encaramarse a esa cama alta y sin hacer…?). A la otra mitad de la cama se le veía el somier de alambre desnudo. Por supuesto que ya habíamos mirado hacia allí varias veces.

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Cuando le dije a mi madre que había leído en la anterior Página de Argovejo lo de la muerte de Orencio me repitió lo que varias veces me había relatado: “Yo a Orencio le estoy muy agradecida. En una ocasión la única persona de Argovejo que me ayudó fue él”. Esto me ha empujado a relatar estos dos hechos.

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Se nos habían muerto unos gochos pequeños (así se llamaban entonces y se pueden llamar ahora), los habíamos enterrado, incluso recuerdo que yo puse encima de cada sepultura varias piedras, las más grandes que puede; pero una vecina nos delató y protestó por el pueblo porque los perros ¿? los habían desenterrado. Se lo comentaron a mi madre y rápido fuimos con dos azadas para volverlos a cubrir. Mientras yo tapaba un poco con tierra el que estaba descubierto mi madre fue a buscar ayuda y vino con Orencio. Los desenterramos, los metimos en dos sacos y los llevamos (yo solo le acompañaba con una lata) a la Cueva El Oso donde tiró los fardos, derramó la gasolina esparciéndola por encima y prendió fuego.

 

Un cariñoso recuerdo a sus hijos: José Mari, Begoña, Carmina, Arturo y Laura, que conocí y a, creo que las últimas de las que tuve noticia, Ángeles y Yolanda. Espero que todos vivan y supongo que habrá más descendientes, amén del resto de familia repartida por el Pueblo. A todos mucho ánimo y mucha Fe y Esperanza en que les veremos en el Cielo. Ahora nos toca rezar por ellos y por todos los difuntos de ese entrañable Pueblo.

El Sermón del día de Pereda

El Sermón del día de Pereda

El Sermón del día de Pereda

Todos los años D. Lucas traía un fraile a predicar en la fiesta de Pereda. Al salir de Misa toda la gente mayor comentaba lo bien que había predicado el fraile, no por lo que hubiese dicho, que nadie se acordaba, sino por lo que había sudado predicando. Y si no sudaba el comentario siempre era negativo.

Recuerdo muy bien lo de la predicación. Preguntad jóvenes a vuestros mayores a ver si miento siquiera en una tilde.

En la Ermita Vieja. El retablo de madera. La imagen de La Virgen de Pereda en el pedestal frontal, encima del altar1 y del sagrario. Pintados en el retablo, al lado izquierdo una gran imagen oscura de San Joaquín, al otro lado lo mismo de Santa Ana, los padres de La Virgen. En el lateral de la derecha un gran púlpito también de madera.

   El fraile (Capuchino o Dominico) subía a él y empezaba la predicación. En ocasiones, ya desde el principio, haciendo grandes gestos y de vez en cuando grandes voces. Todos los fieles en silencio sepulcral, avergonzados, reteniendo el aliento, cada vez más aterrados al ver el infierno abierto 2. Los murciélagos que anidaban detrás del retablo ni se les ocurría salir, esperaban a la hora de la consagración o un poco después para dar su primera vueltecita por el presbiterio. El fraile continuaba con sus razonamientos, sus juicios, su disertación, sus voces, sus aspas de molino volando por el aire. Se le hinchaban las venas del cuello y frente, se ponía colorado y seguía voceando. Ya encendido parecía no encontrar el final del sermón. Empezaba a sudar. Se le distinguían las gotas en la frente. De repente paraba un poquito…

¡Nadie le quitaba ojo!. Sacaba un gran pañuelo blanco (a veces levantando irreverente el Alba hasta el pecho para encontrar el bolso), lo extendía en su gran palma de la mano y lo restregaba por toda su cara y cuello, a veces alguno por la calva, a modo de toalla, para después volverlo al mismo sitio todo arrugado y empapado. Recuerdo de hacerlo uno hasta tres veces.

Continuaba otro tiempo y acababa por retirarse hacia el altar secándose de la misma manera de nuevo.

 

-         ¡Qué bien ha predicado!

 

Incluso los consagrantes (por supuesto lo presidía D. Lucas y concelebraban según el año otro u otros dos) le hacían alguna pequeña reverencia y le decían unas palabras de aprobación.

 

- ¡aaahggg … aaahhhhh!...

… Se escuchaba en alguno de los asistentes una exhalación de respiro y relajación durante el corto silencio que mediaba hasta el ofertorio, como cerrando las puertas del infierno que en el sermón habían quedado abiertas esperándonos.

- ¡Qué bien ha predicado! - comentaban muchas personas a la salida de la ermita y también en la gran comida del día.

 

(1) Todavía el sacerdote celebraba la Misa de espaldas a los fieles.

 (2)  ¡Uf, que miedo!... Si bien parece un poco irreverente la forma, es así como la viví de niño, aunque sabía que el fondo era distinto. Ahora me da lástima no haber atendido un poco más a la letra y al espíritu de ella.

Morcillas Cabijeras para la eternidad (Carbajedo)

Morcillas Cabijeras para la eternidad (Carbajedo)

Digo para la eternidad, porque con la explicación que doy cualquier Cabijero o Cabijera podrá hacerlas en su casa, ya sea en Argovejo (lo ideal) o en cualquier piso de una ciudad como lo hace un servidor, aunque la escalera esté oliendo a cebolla una semana.

Eso sí, si se hacen para la fiesta del pueblo tiene que ser en una casa de Argovejo porque es fresca; en esta época no se puede hacer en la ciudad.

Hace unos cuantos años que mi madre tenía ganas de hacerlas y al final me decidí. Entre lo que recordaba ella, lo que investigué por los pueblos vecinos y lo que aprendí con la práctica fui mejorando rápidamente. Ya hace años que mis hermanos y sus familias y otros amigos están encantados con ellas.

Los ingredientes: Ceboll as, fáciles de encontrar, vale cualquier tipo, pero mejor jugosas y duras( un año con 7,5 Kg no me cabía en el balde y los 8,5 Kg de la última vez me quedó en poco más de los 3/4 del mismo recipiente, aunque se notaba el peso. Este es el motivo por el que haya que añadir alguna pequeña cantidad más de algún ingrediente). Sebo (de ternera o de oveja, se compra en carnicerías especiales o bien en algún Matadero de la región), o bien Unto (grasa de cerdo). Pimentón dulce y picante (se necesitan los dos e importante que sean de calidad). Ajos (en algún pueblo no se echan, pero quedan bien). Sal (la justa, según receta. Siempre se dice de la morcilla que tiene que estar picante y sosa). Pan de hogaza. Sangre ( también se obtiene como el sebo en Matadero) y claro, la tripa (también en matadero y alguna carnicería. La venden en mazos de 30 metros. Da para dos años).

De trabajo son dos días: el primero picar la cebolla, unto o sebo (incluso se puede mezclar), pan y mezclar; limpiar la tripa y cortarla a medida de 24 a 30 cms. El segundo día añadir sal, pimentones y ajo, luego adobar, reposar un poco, añadir la sangre, vuelta a adobar, hacer la prueba en la sartén, añadir lo que esté escaso (ya poca cosa, pero casi siempre hay algo que añadir), meter en tripa y cocer unos 30 minutos pinchándolas de vez en cuando. Echo esto y con suerte de que no se revienten se cuelgan en el varal si hay (vale el palo de la escoba y cualquier porraca que conservéis).

Que nadie se asuste, es muy fácil. Incluso las seco cuatro a cinco días con deshumidificador y quedan arrugaditas como antiguamente veinte días colgadas. Luego envueltas en celofán al congelador se conservan más de un año. No he probado al vacío.

Las cantidades experimentadas en varios años son (depende del tipo de cebolla usada): 

Morcilla – Argovejo 

Para 5 Kg. De Cebollas (15-18 cebollas grandes)  

Para 7,5 Kg. De Cebollas

(unto y Sebo: Oc 09) 

Para 8,5 Kg. De Cebollas

y Sebo: (Ab 13) Nv 14 

5 Kg Cebollas

500-550 grs Unto y Sebo

200-250 grs (vaso) Sangre

80-85 grs Pimentón dulce

15-20 grs Pimentón picante

50 grs Sal

500 grs Pan

4 dientes ajo machacados

5-6 metros Tripa (19 morcil

 

 

Con sebo lleva más sangre 

7,5 Kg Cebollas

750 grs  Sebo

600-700 grs (vaso) Sangre

140 grs Pimentón dulce

40 grs Pimentón picante

80 grs Sal

850 grs Pan

6 dientes ajo machacados

10-12 m. Tripa (36 morcillas)

 

Después de cocer la mitad añadí una cucharadita de pimentón dulce y media de picante y unas pocas sopas de pan, se puede añadir poco sebo.

8,5 Kg Cebollas

900 grs  Sebo (500 sebo, 400 unto)

800 grs (3 vaso) Sangre

200 - 250 grs Pimentón dulce

75 - 90 grs Pimentón picante

85 grs Sal

850 grs Pan de hogaza

8 dientes ajo machacados

Mazo de Tripa (35 - 40 morcillas)

 

– Depende de la cebolla -

El vaso es de ¼ litro

Ojo con la sal. La medida justa

 

                        

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Otro día lo describiré mejor

También hago la de arroz, tipo Burgos, pues mi mujer es Pasiega y allí se hace ese tipo. Esta clase de morcilla es algo más laboriosa, pero igualmente es muy rica y da mucho servicio en caso de un plato rápido

Mes de las flores

Mes de las flores

 

“… sacan a Mayo florido y hermoso”. Mes de las flores.

- … ¿Qué será eso? – Pregunta un joven

- ¡ah, sí, las flores del campo! – Contesta otro

- Bien, bien. Vamos bien. – Digo yo.

 

Las flores a La Virgen

Antiguamente al acabar la Misa de los domingos de Mayo, una, dos o más niñas, todas engalanadas, con vestidos preciosos ceñidos con una cinta y rematados con lazos por detrás, iban saliendo delante de la imagen de La Virgen del Rosario que estaba en el lateral izquierdo de la Iglesia de nuestro pueblo, a la altura del tercer a cuarto banco y se colocaba en el pasillo mirando hacia Ella, con un ramo de flores en la mano (primaveras, margaritas, violetas o capilotes). A continuación, unas con mucho miedo, a veces con terror que no les dejaba articular palabra, a veces con semitono de rezo de la tabla del cinco y otras pocas con gran frescura, recitaban una poesía a La Virgen.

¡Qué bonito era ver a alguna de cuatro o cinco años abrir un brazo cuando estaba declamando, cambiar de mano las flores para extender el otro brazo y la genuflexión final!

 

Había varias poesías que se repetían todos los años o se les hacía algún arreglo y también de vez en cuando decian alguna nueva o incluso inventada por algún padre. La más comentada en el pueblo:

“Como soy tan chiquitita

y tengo tan poquita voz,

aquí le traigo estas flores.

¡Viva la Madre de Dios!”

 

Si, sí. Decía “le traigo”, porque la tratábamos de usted como a nuestros mayores.

Según cayese (no de caer al suelo) la chica o su familia, o según lo hiciese, se veía una sonrisa especial en las caras de los asistentes, incluso en la de Don Lucas y un brillo especial en los ojos. A los niños era la única vez que nos daba un poco de envidia de no ser niñas. – La verdad es que se nos pasaba rápidamente a la salida de Misa.- Y después era el comentario en la siguiente hora y media y durante el intervalo de la comida.

Mes de las Flores a La Virgen.

 

Encuesta:

-         Que levante la mano quien siempre que pasa por la Ermita de Pereda reza una Salve a la Virgen (ya no pregunto si es también por la ermita de Roblo o Quintanilla, …por si acaso)

-         ¿A ver, a ver…?

-         Sí, los de 90 años, por supuesto

-         No veo bien (estiro un poco el cuello). ¿A ver?...

-         Ya, ya, algunos de 70…

-         ¡Uf!, baja mucho en los de 60

-         Bueno. ¿A ver?... Me interesa más este otro grupo…

-         ¿Solo un Joven?. Menos mal

-         ¿Oye, y tú porqué lo haces?...

-         ¿Ah, que te obliga tu padre?. ¡Estamos salvados!. Por lo menos tu lo recordarás toda la vida y nuestra generación estará justificada de haber dejado algo de poso.

Cotomanombre. Etimología (Llorada)

Cotomanombre. Etimología  (Llorada)

Cotomanombre

     Palabra curiosa para nombre de lugar y que se resiste uno a aceptar lo que fácilmente es entendible de ella.

     La raíz expresa un lugar reservado para algo, normalmente la caza o pesca (coto de), pero además lugar reservado para la leña u otro disfrute. Sabemos que todos los años quedaba acotado oficialmente un lugar en un monte del pueblo para cortar la leña los vecinos y aprovisionarse para el invierno. Es creíble del mismo modo que pudiese ser coto antíguamente cuando modernizaron las casas de techo de escoba para vigas y techumbres de las nuevas. Era más fácil arrastrar cuesta abajo los troncos de las hayas desde ahí que desde Condobrín o el monte Cebedo o Acevedo. Y también viene de Cotero (cot-o), lugar sobre, o lugar alto desde donde se divisa una zona adyacente más o menos extensa. Todos estos conceptos sirven y describen correctamente el lugar al que nos referimos. Más aun, también es un recodo del camino en la falda de Peña Esquilicia desde donde, por su vista espléndida, se puede controlar todo y respira, a pesar de su nombre, paz, sosiego y soledad.

    El problema viene al buscar la etimología de "manombre" que no se puede  descomponer  y nos perdemos, a no ser que con el paso del tiempo se haya ido omitiendo en la dicción alguna letra, como en la versión trasmitida por nuestros mayores que parece la más ajustada a la realidad. Según esto "manombre" viene de "ma-nombre", "mal nombre".

    Cuentan mis mayores que como desde Los Campiellos hasta aquí se subía por la varga al descampado, al llegar a este lugar ya se tenían ganas de hacer las necesidades que nadie puede hacer por otro y como en este recodo se controlaba si venía alguien por el camino, tanto de Llampas como de Los Campiellos, pues se aprovechaba por esa zona o un poco más adelante al refugio de las primeras hayas. Al mismo tiempo, cuando tocaban las vacas o la hierba en Llampas, todos los vecinos iban a la vez, por lo que había que aguantar las ganas hasta desfilar más tarde para el pueblo y aprovechar a descargar rápidamente en ese lugar antes de que llegase el siguiente. Lo mismo ocurría cuando iban a cortar algún haya. Ese trabajo duraba horas, consecuentemente en algún lugar había que hacerlo. Por tal motivo en algún momento para el que pasaba era desagradable el olor que por allí se sufría, así que una persona sencilla y con sentido común lo empezó a llamar “Coto Cagao”, nombre que no duró mucho debido a que como era demasiado explícito y mordaz, ante una situación como la de tener que mencionar dicho lugar delante de forasteros, ese nombre resultaba extremadamente vulgar, así que cuando se presentó esta situación, a una mujer se le ocurrió referirse a él como “Coto Mal Nombre”, reseña del anterior, para que “el que tenga oídos que oiga”, O "a buen entendedor con pocas palabras basta" , o bien, para que no lo entendiesen los visitantes, sí su marido y al contar después a los vecinos esa circunstancia tan embarazosa comenzaron a llamarlo así.

     Más tarde y con el tiempo, la costumbre y al decirlo deprisa perdió la ele (coto ma-nombre) y quedó con el actual: Cotomanombre.

    Menos creible, me parece, que nuestros antepasados quisieran tener tan limpio el pueblo como para acotar solamente para tal menester un lugar específico a un kilómetro, para tener que ir todos los días varias veces. Por eso este otro significado lo hemos descartado; además de que si "de tal palo, tal astilla", nosotros seríamos de pocas luces y está claro que no lo vamos a reconocer. Reseñar aquí, para unos cuantos Cabijeros modernos, que el acondicionamiento de un rincón de la casa para servicios no se generalizó en el pueblo hasta el último cuarto del siglo XX, lo demás igual lo pueden adivinar.

    Alguna versión más le doy, puesto que de niños en determinados juegos decíamos: “Acotado con pan y candado, el que me quite este sitio tiene más de mil pecados", o "... es un mal criado”, o cosas parecidas que venían de muy antiguo. Y eso era sagrado. Nos fastidiaba por no habérsenos ocurrido antes a nosotros, pero todo el mundo lo respetaba porque la palabra tenía el valor de la ley. No hacía falta escribirlo.

 ... de dos chavalotes, guajes en aquel tiempo, que estando con las vacas, o bien yendo y viniendo de Llampas, en sus juegos por Cotomanombre, a uno se le ocurrió  acotarlo para lo que pensamos cuando le llegó la necesidad y el otro le "chinchó" más, le picó más, diciendo que ahora era “Coto…” tal, con la palabra esa que me resisto a poner más de una vez y como resultado, dada su gracia y morbosidad juvenil, se generalizó el nombre, hasta que una persona mayor, con más vergüenza, apostilló e hizo la oportuna corrección y a partir de ahí ya nadie se sintió cohibido al nombrarlo por  Coto Mal Nombre, que también tiene su sorna, en vez de por su nombre propio "Coto...", ya sabéis.

  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

    Hermoso lugar y coto.

 

 

 

 

 

 

 

 



 

     También para eso.



 

 

 

 



 

 

 



 

     - Yo nunca.

 

 

 

 

 

  

 

 

 

   - ¿O sí?

 

Por cierto, también es el lugar donde vi por primera vez un erizo, en nuestra tierra puercoespín, un anochecer cuando me llevó mi madre con Dina, todas preocupadas, en busca de una mujer que había ido con las cabras. A cada paso voceaban llamándola mirando hacia Los Janos. Este tema dio comentario para un tiempo y tuvo un desenlace fructífero y feliz en el que mi madre tomó parte. Cuando dábamos la vuelta hacia Llampas, ya de noche, un hombre nos gritó desde Los Campiellos que había aparecido.