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llorada y carbajedo

El último carro de hierba

El último carro de hierba (Carbajedo)

 

Enfilaba Daniel la pareja hacia el portillo. Me manda ponerme lejos del carro. Salgo al camino y me doy la vuelta. Al acercarse me doy cuenta que allí estorbo, así que subo a mitad del carril que se eleva a Las Cortinas.

Llegan a tres metros del portillo. La pareja se para y recula un poco. Su madre, que estaba detrás del carro, asustada sale corriendo por el lateral derecho para el lado de la finca de Zelemeque. El mozo llama a las vacas y lo intenta dos veces, la primera los animales hicieron un pequeño amago pero el carro no se movió y al segundo  no obedecen, no se mueven. La madre le dice que hay que descargar hierba. Daniel queda en principio perplejo unos segundos; mira para un lado, para el otro y al portillo, no sabe qué hacer. Luego piensa en el trabajo que resultaría lo que le dicen y a continuación que esa pareja nunca falló. El diecisieteañero agarra con la mano izquierda el cuerno interior de la Sultana, hunde los tacones de sus chirucas en el prado, tira de ella, las llama, alienta y hostiga los lomos de una a continuación de otra con la ijada en la otra mano, suave, pero firmemente. La pareja agacha un poco la cabeza, hinca las pezuñas en el tapín, pega un tirón y coge inercia para no parar. Daniel sigue llamándolas y camina de culo, inclinado, pisando fuerte  a la altura del peón del carro y ahora tirando de un saliente del yugo. Llegan al portillo, oigo un chasquido y salen disparados los animales con medio yugo atado a sus cabezas una hacia el Cañal y la otra hacia La Ermita. El mozo en medio cae de culo al suelo, por debajo del cabezal. El carro lentamente rueda hacia atrás unos metros mientras se va elevando poco a poco el cabezal y al final para unos metros más atrás al llegar las raberas al suelo.

Parto detrás de la del Cañal que no para de correr. Subo por el carril del Vallejo para cortarla más adelante, pero al llegar arriba veo que la Sultana se para y gira el cuerpo, culo a mi, hacia las zarzas y chopos del Prao Riondo. Así que vuelvo sobre mis pasos y la adelanto en la misma posición. La dirijo hacia El Rompido y cuando estoy cerca veo también de vuelta por la otra dirección del camino a la Majita guiada por Daniel. Me fijo en lo ridícula que se presenta con el madero uncido a su cabeza. Luego me arrepiento de ese mal pensamiento al caer en la cuenta de su valentía.

La madre decide que vaya al pueblo a buscar cuarta y otro yugo. Las nobles vacas desuncidas quedaron pastando tranquilas.

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El carro era de ruedas de hierro, aun no se habían inventado los de goma.

En la casa siempre se cargaba el carro desde abajo (distribuir la hierba a lo largo del carro), más tarde he visto en otros lugares que lo hacía el de arriba.

Se comenzaba echando la hierba sobre las raberas, la parte posterior de la armadura, para tapar los huecos y al pisar no se metiese la pierna entre sus tablas separadas. Yo esperaba dentro del carro. Continuaban echando hierva a lo largo de las latillas hasta los picos. El chico de arriba empezaba a pisar por ese lado agarrado a las cuerdas y a las tablas de este armazón con cuidado de no escurrirse entre las cuerdas. Los de abajo continuaban llenando la caja a donde pasaba a pisar el de arriba y luego comenzaban a llenar de adelante hacia atrás mientras el de arriba pisaba detrás en la misma dirección.

Cuando se tapaba todo el armazón comenzaba uno solo a echar horconadas.

Con la horca hacia delante arrastraba una porción de hierba del prado, hacía lo mismo con otra porción y colocaba una encima de otra (según los bíceps del de abajo podía repetirlo otra vez o arrastrar porciones mayores), introducía el instrumento un poco bajo el montón resultante y levantando la horca y montón por ese lado y echándola hacia delante en sentido envolvente iba a clavar los dientes en medio del montón hasta llegar al suelo. Hacía un poco de empujón para elevar hasta la vertical el bulto de heno, daba unos pasos y con movimiento fuerte hacia abajo lo colocaba encima de un pico. El de arriba ponía un pie en el extremo cercano al centro y esperaba a que echasen otro montón en el otro pico para abrir las piernas y pisar en el extremo cercano de este último. Así esperaba a que descargase otro en el medio que ya sujetaba a los dos primeros. Y así se iba cargando hacia atrás con horconada a un lado, luego al otro y luego en el medio de los dos. De esta manera el de abajo cargaba el carro e iba viendo como quedaba. Se acababa sobre las raberas y vuelta a empezar. El de arriba pisaba a un lado, al otro y se echaba atrás cuando iba al medio, menos cuando tocaba al final de las raberas que se ponía en dirección contraria. Cuando el cargador le parecía cogía el rastro y peinaba la hierba. La verdad que quedaba bonito después de esa operación, vamos, como la permanente de una chica. Decidía entonces si echar más, en cuyo caso peinaría otra vez, o lo dejaba. Deshacía el hatijo de la soga, colocaba el agujero en en trozo de pico que salía por debajo de su anclaje en el cabezal, tiraba y recogía en madeja el resto de soga que lanzaba por arriba de la parte delantera hacia las raberas donde había otro palo saliente por debajo de un lateral donde enlazaba la soga. La sujetaba una persona mientras la otra daba tirones a la soga para apretar la hierba. Luego enlazaba en el otro saliente de las raberas por el otro lado. Seguía la otra a sujetar en ese lado y el que dirigía a tirar el resto de soga hacia delante para enlazar con el trozo del pico de ese otro lado y vuelta a dar tirones para apretar. De esta forma quedaban longitudinalmente paralelas a unos 25 cm respecto al centro. Entonces empezaban a atar cruzado de un lado al otro del carro enganchando en los cuatro salientes del carro y dos de las raberas

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Al final trajo un yugo de Darío (cuarta no quedaba esa tarde) con el que sacó el carro con la misma estrategia.

No recuerdo qué pasó con el sobeo pues creo ver a Daniel que trae otro.

Tuvimos que colgarnos los tres de la vara y cabezón para poder bajarlo. El chico no quiso deshacer la carga. Lo había atado fuertemente con la soga y apenas se había deformado, aunque se veía algo trasero.

En esa ocasión volví al pueblo caminando. En otras ocasiónes al llegar cerca de la ermita se aprovechaba un montículo del monte al lado de la presa que recorría el camino para subir al carro de hierba. En esa presa aprovechaban los animales para beber.

Al llegar al pueblo Félix que estaba delante de su casa comentó que nunca había visto un carro tan cargado. Después hicieron más comentarios que ya no recuerdo.

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